Hace algo más de un año que
comenzaron las revueltas en el norte de África. Primero en Túnez con la inmolación de Mohamed Buazizi para inmediatamente después extenderse a
Argelia, Marruecos y todo el Medio Oriente, las revoluciones árabes están suponiendo
una reconfiguración geopolítica de esa zona con importantes repercusiones tanto
en el ámbito regional como en el plano internacional. Las victorias electoralesde los Hermanos Musulmanes en Egipto, Túnez y Marruecos ponen de relieve que la tendencia regional de
las manifestaciones ha desembocado en un empoderamiento político de partidos de
tradición suní; por primera vez en la historia un partido del islam político ha
formado gobierno en Túnez y Marruecos. En cambio, en países como Yemen, Libia o
Bahréin, donde los intereses de potencias extranjeras estaban en juego, las
movilizaciones, por unas u otras razones, dieron paso a una internalización de
esos conflictos.
Ahora la
atención internacional se ha desplazado a Siria, donde lo que comenzó siendo en
Deráa una protesta local se ha convertido en una guerra civil que ya se hacobrado la vida de más de 9000 personas.
HAFEZ
AL-ASSAD, EL BA’ATH Y LA TRANSICIÓN DEL RÉGIMEN
Desde
que en 1970 Hafez Al-Assad diera un golpe de Estado para tomar el control de
Siria, ésta ha tenido un papel protagonista en la mayoría de los conflictos
regionales: la Guerra de los Seis Días en 1969, la Guerra de Yom Kippur en
1973 o la Guerra Civil en el Líbano entre el año 1975 y 1990 son algunos de los
conflictos en los que el régimen controlado por el partido Ba’ath (Partido delRenacimiento Árabe Socialista) ha desempeñado una función principal. El Ba’ath,
fundado en Siria en la década de los 40, ha sido durante cuarenta años un
aparato de control que ha ocupado el poder en Siria y en Iraq. Fue gracias a
este partido como Sadam Husein y Hafez
Al-Assad consiguieron instaurar siniestros estados policiales que, controlados
por servicios de seguridad como el Consejo del Comando Revolucionario (CCR),
han utilizado sistemas de recompensas, la violencia y el miedo para perpetuarse
en el poder.
Con
la muerte de Hafez Al-Assad en el año 2000 Siria comienza un periodo de
transición inaugurado por la reforma de la Constitución que permitiría a Bashar
Al-Assad suceder a su padre en la presidencia del gobierno y del partido Ba’ath
el 17 de julio del año 2000. Al principio, este periodo es percibido dentro de
Siria como una ocasión para modernizar la nación; la liberación de presos
políticos, la creación de otros partidos fuera del Frente Nacional Progresista
o la publicación de nuevas revistas contrarias al poder establecido causaban
esa impresión. Parecía que el régimen de la familia Al-Assad comenzaba una
etapa de apertura política hacia un sistema menos autoritario y más permisivo.
En este contexto surgen movimientos de reforma como la “Primavera de Damasco”
(2000) o la “Declaración de Damasco” (2005), movimientos que denunciaban el
autoritarismo del régimen y la continuidad del “estado de emergencia”; en su
lugar, lo que pedían algunos activistas como el escritor Michel Kilo, era una
reforma democrática del sistema político que fuera más allá de la tolerancia a
algunas voces discordantes.
La respuesta
del gobierno de Al-Assad a estos movimientos reformistas fue el endurecimiento
de la represión, que tuvo como resultado el arresto de distintos activistas
políticos, entre ellos, el propio Michel Kilo. Una transición que acabara
inaugurando un sistema democrático suponía una grave amenaza para la
continuidad de la dinastía Al-Assad; cualquier intento por realizar una reforma
política dirigida a iniciar un gobierno democrático pasaba por suprimir los
instrumentos autoritarios que le permitían ocupar los puestos de poder,
comenzando por la Ley de Emergencia –algo que ya se exigía en la “Declaración
de los 99”, un manifiesto redactado a finales del verano de 2005 por un grupo
de intelectuales exiliados–. Pero si la nueva cúpula de gobierno del régimen
sirio accedía a este tipo de reformas, ¿cómo continuar en el poder cuando los
Al-Assad forman parte de una minoría religiosa que está sometiendo a un país en
el que aproximadamente el 75% de su población es de tradición suní?
Mientras
Hafez Al-Assad había ocupado la presidencia de Siria, las distintas
movilizaciones que acontecieron fueron reprimidas mediante la violencia. Así,
en los momentos en que ha peligrado la estabilidad y omnipotencia del régimen
regentado por la familia Al-Assad su respuesta ha sido el miedo, la violencia y
la represión (recompensando a aquellos que ayudaba al régimen y castigando a
quienes se oponían).
Bashar
Al-Assad, creyendo que las protestas que se iniciaron en Deráa podrían ser
erradicadas empleando los métodos autoritarios empleados por Hafez, intentó
evitar la extensión a su país de las protestas que se iniciaron en Túnez y
Egipto hace un año y medio. El 29 de octubre de 2011 The Sunday Telegraph publicaba la primera entrevista a BasharAl-Assad siete meses después de comenzar las revueltas en su país. En esa
entrevista el presidente Al-Assad afirmaba que “Siria es diferente en todos los
aspectos de Egipto, Túnez, Yemen”. Lo que Bashar Al-Assad ponía de manifiesto
en esta entrevista es que un conflicto en Siria –similar a los sucedidos en
otros países del Medio Oriente y norte de África– no iba a tener las mismas
repercusiones para la región y para las potencias extranjeras: “Cualquier
problema en Siria incendiará toda la región”.
SIRIA, UN
RÉGIMEN AUTORITARIO HEREDADO
Cuando
en el verano del año 2000 Bashar Al-Assad sustituye a su progenitor en la
presidencia del gobierno se encuentra un país bastante distinto al que había
ocupado Hafez Al-Assad en la década de los 70. Siria, al igual que muchos
países del norte de África y del Medio Oriente, se hallaba (y se halla) inmersa
en un proceso de islamización que amenaza la estabilidad del régimen. A su vez,
el discurso secular y nacionalista árabe del Ba’ath –discurso que en parte
pretendía dotar de legitimidad el golpe militar dado por Hafez Al-Assad en 1970–
ha ido perdiendo fuerza de manera gradual, algo que ha conducido a un
debilitamiento de las bases ideológicas del régimen. Sumado a otros factores,
este hecho ha obligado a Bashar Al-Assad a “relativizar” algunos puntos de su
ideario político. Por otra parte, como ya hemos intentado mostrar, el pueblo
sirio esperaba un nuevo tipo de política orientada a la modernización y
apertura internacional del país. Sin embargo no es de esta forma como hemos de
interpretar las estrategias políticas de Bashar Al-Assad; antes que perseguir
una “democratización” del régimen lo que la familia Al-Assad ha intentado es
mantener las estructuras de poder heredadas, aunque para ello hayan tenido que
mostrar la naturaleza del régimen que regentan.
Como ha
reflejado en distintos momentos la familia Al-Assad desde que en marzo de 1971
Hafez Al-Assad ocupara la presidencia de Siria, la condición del régimen que
dirigen es autoritaria. Una de las principales características de un sistema
autoritario es el sometimiento de las masas por parte de una minoría que
concentra prácticamente todo el poder. En Siria esa minoría está constituida
por la dinastía de los Al-Assad que, junto a miembros de la minoría religiosa
alauita, aglutinan los cargos más relevantes dentro de los servicios de
seguridad, del Ba’ath y del gobierno. Formalmente, el régimen sirio de Hafez
Al-Assad se constituyó como una República Árabe Socialista en un intento por
adecuarse a algunos de los presupuestos teóricos que defendían los fundadores
del Ba’ath. En la práctica, en cambio, la dinastía Al-Assad ha operado como un
estado policial destinado a someter a su pueblo. Primos hermanos, hermanos,
hijos; la dinastía de los Al-Assad ha sabido situarse y mantener el control de
aquellas instituciones gubernamentales con mayor capacidad de decisión,
debilitando al mismo tiempo aquellos órganos que pudieran generar algún tipo de
sentimiento nacional. A diferencia de otros estados del Medio Oriente y del
Norte de África, cuyos regímenes fueron derrocados poco tiempo después de
iniciarse las manifestaciones, una de las razones que explica por qué el
régimen de Bashar Al-Assad todavía hoy continúa en el poder es que ha
conseguido mantener los distintos aparatos de seguridad del régimen bajo su
control. En gran medida esto ha sido posible, por un lado, gracias a que la
burocracia del régimen sirio se encuentra fuertemente centralizada. Por otro
lado, mediante un “funcionamiento piramidal” por el cual un reducido grupo de
personas toma una decisión que impone y somete al resto de estratos políticos y
sociales.
Al
concentrar la mayor parte de las estructuras de poder en una pequeña cúpula
familiar los Al-Assad han generado un culto o mitificación de la personalidad
del líder, algo que, por otra parte, es común a la mayoría de estados
autoritarios (y, también, totalitarios). El propio Bashar lo explicaba en la
entrevista concedida a The Sunday
Telegraph de la siguiente forma: “El primer componente de la legitimidad
popular es tu vida personal. Es muy importante cómo vives. Yo llevo una vida
normal. Conduzco mi propio coche, tenemos vecinos, llevo a mis hijos a la
escuela. Por eso soy popular”. Durante las cuatro décadas que ha durado su
mandato la dinastía Al-Assad ha intentado identificar el líder del régimen con
el Estado: el líder de un sistema autoritario se transforma en una suerte de
mesías con escaso o sin ningún contacto con la realidad. Bajo su poder
cualquier problema que pudiera acontecer nunca se achacará a una mala
previsión, a un error de cálculo del propio líder o a un abuso de poder por
parte del régimen, antes bien, son enemigos externos a Siria los responsables
de tales circunstancias.
Por ejemplo,
cuando comenzaron las insurrecciones Bashar Al-Assad acusó a “terroristas” o
grupos extremistas del inicio de éstas: “Tenemos muy pocos policías, sólo el
ejército, que estén capacitados para enfrentarse a Al-Qaeda”. El régimen sirio
intentaba responsabilizar a grupos armados salafistas o yihadistas del inicio
de las insurrecciones. El objetivo de estos grupos extremistas era sustituir el
gobierno secular y panárabe de Al-Assad por un gobierno teocrático e islámico.
Algunas minorías religiosas –entre ellas, drusos y cristianos greco-ortodoxos–
temen que un cambio de gobierno traiga consigo un aumento de la represión tal y
como ha sucedido en Egipto o Iraq. De esta forma, el gobierno de Al-Assad,
haciendo uso de la carta sectaria, se aprovecha de ese temor a un posible
aunque improbable gobierno teocrático islámico para mantener la legitimidad del
régimen. No obstante, esto no quiere decir que, efectivamente, no halla grupos
radicales del islam político que formen parte activa de las movilizaciones,
pero considerar que los iniciadores y máximos responsables de éstas son
organizaciones como Al-Qaeda es, sencillamente, falso. En la misma entrevista
antes citada Al-Assad indicaba también que otros de los principales causantes
del levantamiento eran los Hermanos Musulmanes: “Hemos estado luchando contra
los Hermanos Musulmanes desde la década de los 50 y seguimos luchando contra
ellos”. ¿Qué intentamos mostrar con estos ejemplos? Que, en ambos casos, Bashar
Al-Assad hace responsables de las revueltas a organizaciones políticas que han
iniciado otras insurrecciones -como las de Hama- o a grupos terroristas
pertenecientes al islam político extremo -como Al-Qaeda–. Es decir, que son
enemigos externos a Siria, y no el propio pueblo quienes piden, mediante el uso
de la violencia, una reforma política para instaurar un Estado islámico,
acabando así con la Siria “secular” de los Al-Assad. Bashar describía el
problema de este modo: una “lucha entre el islamismo y el panarabismo
[secularismo]”.
Sin
embargo, la cooptación de las minorías religiosas es de alguna forma un reflejo
de otro de los pirales que sostiene el régimen sirio: la capacidad que tiene
éste para generar e imponer el miedo y la represión sobre su población. Ambos
son instrumentos indispensables de sometimiento y control en todo sistema
autoritario o totalitario; en este punto lo que distingue a un régimen de otro
es la intensidad y la forma con la que utilizan esos instrumentos.
En el caso de
Siria el dominio de los servicios de seguridad y del Ejército Republicano –a
pesar de las deserciones dentro de éste último desde que comenzaron los
levantamientos– se ha convertido en un punto clave para asegurar la continuidad
del régimen. Uno de los problemas que se planteó tras la muerte de Hafez
Al-Assad era cómo seguir manteniendo
bajo control los principales puestos de poder; precisamente entre estos cargos
se encontraban los altos mandos de los servicios de seguridad. Para subsanar
este problema la familia Al-Assad reservó exclusivamente estos puestos a los
alauitas más cercanos al régimen, dejando algunos ministerios con menor
responsabilidad en manos de dirigentes suníes. Así la familia Al-Assad ha
creado un aparato de “instituciones subalternas” –instituciones destinadas a
ser meros instrumentos de la cúpula de poder– que blinda y asegura la
perdurabilidad del régimen ante el creciente proceso de islamización.
Pero, al mismo
tiempo, la eficacia que ha mostrado Bashar Al-Assad para mantener el control
del ejército sirio ha permitido reprimir toda forma de oposición contraria al
gobierno, ya sea ésta militar o civil. Durante los cinco últimos años los
servicios de seguridad de Al-Assad incrementaron el número de detenciones
considerablemente –según un estudio del profesor Álvarez-Osorio en el año 2005
un total de 8000 yidahistas fueron arrestados por el régimen sirio– debido a
los ataques que se cometieron contra
algunos organismos de los propios servicios de seguridad. Sin embargo, no es
ésta la primera vez que el gobierno de la familia Al-Assad utilizaba el
ejército sirio y los servicios de seguridad para evitar una posible amenaza:
entre 1979 y 1982, Hafez Al-Assad, ante las protestas que tuvieron lugar en
Damasco, Homs y Déraa, empleó el ejército sirio para sofocar una revuelta suní
promovida por los Hermanos Musulmanes porque atentaba contra la unidad de la nación. Se estima que en
marzo de 1982 murieron entre 20000 y 40000 personas a causa de los bombardeos
de las tropas sirias sobre la ciudad de Hama. Un poco más arriba señalábamos
una reacción parecida –aunque de ninguna manera semejante a la de Hama– por parte
de Bashar Al-Assad hacia los movimientos reformistas de los años 2000 y 2005.
De este modo observamos cómo cuando el régimen sirio no ha conseguido someter a
la población usando el miedo lo ha hecho mediante la violencia; subyugando o
eliminando cualquier forma de oposición.
LA OPOSICIÓN
AL RÉGIMEN SIRIO
A
pesar de todos los intentos realizados por Bashar Al-Assad para reprimir las
distintas organizaciones que se oponen al régimen el efecto que ha conseguido
ha sigo justo el contrario. El gobierno de Al-Assad ha procurado deslegitimar
cualquier movimiento de oposición; unas veces deformando la postura ideológica
de algunas asociaciones y otras discriminando organizaciones como los Hermanos
Musulmanes. De esta manera el régimen sirio ha tratado de silenciar las voces
discordantes, pero cuando éstas y otras medidas represivas no han tenido el
éxito esperado Al-Assad no ha dudado en servirse de la violencia armada para
acabar con sus detractores. Ésta fue una de las razones que la Liga Árabe
esgrimió para suspender a Siria.
Sin embargo,
los grupos que forman la oposición no han dejado de reclamar, cada vez con
mayor fuerza e insistencia, una reforma política del país. Muchas de las
agrupaciones coinciden en los objetivos que tendría que perseguir esa reforma
aunque difieren en algunos puntos específicos. Estas circunstancias, sumadas al
hecho de que la mayor parte de los Hermanos Musulmanes se encontraban en el
exilio, han condicionado la constitución de tres grandes coaliciones o bloques
de oposición al régimen: el Comité Nacional de Coordinación de las Fuerzas del
Cambio Democrático (CNCFCD), el Ejército Libre de Siria (ELS) y el Consejo
Nacional Sirio (CNS).
El CNCFCD
anunció su creación en junio de 2011 en la ciudad de Damasco, después de un
encuentro entre distintas formaciones políticas: Agrupación de Izquierdas
Siria, asociaciones feministas, algunos partidos kurdos, el Partido Comunista
del Trabajo, el Partido de Unión Socialista, representantes del “islamismo
democrático” y activistas independientes como Michel Kilo o Aref Dalila son
algunos de los componentes de este organismo. El Comité Nacional de Coordinación nació con la intención de crear un
frente de unidad nacional que recogiera en su seno los intereses de todo el
pueblo sirio para efectuar una transición del régimen autoritario de Al-Assad
hacia un sistema democrático semejante al tunecino o al egipcio.
Los puntos de
conflicto con las otras coaliciones de oposición son dos: la relación con el
régimen y la intervención de potencias extranjeras. El CNCFCD sostiene que la
transición hacia un nuevo sistema político ha de ser en diálogo con el régimen
de Al-Assad; los otros dos bloques de oposición, el Consejo Nacional Sirio y el
Ejército Libre de Siria, se muestran totalmente en contra de respaldar
cualquier tipo de relación con el gobierno de Al-Assad. El otro punto de
discordia es postura ante la intervención de potencias extranjeras para buscar
una solución al conflicto. El CNCFCD se ha opuesto a la internacionalización
del conflicto, es decir, a que la solución del conflicto pase por la
intervención de potencias extranjeras. Sin embargo, esta internacionalización
ya es un hecho.
- Consejo Nacional Sirio (CNS)
-
En septiembre de 2011 se constituye el CNS como
un nuevo frente de lucha contra el régimen de Al-Assad. El CNS es una coalición
en la que se encuentran los Hermanos Musulmanes (HHMM) -como principal fuerza
política-, una alianza de 40 grupos de oposición, algunas facciones kurdas, la
Comisión General Revolucionaria Siria y los Comités Locales de Coordinación. Al
igual que el CNCFCD, el Consejo Nacional
Sirio se presenta como un organismo capaz de englobar a todos los
movimientos políticos que luchan contra el régimen sirio, destacando siempre el
carácter pacífico de su lucha. Apuestan, al igual que los primeros, por un
gobierno democrático y pluripartidista que garantice “la libertad, la dignidad
y la democracia”. Al ser los Hermanos Musulmanes la principal organización
política de esta coalición, la actividad de ésta se ha desarrollado fuera de
Siria desde el comienzo de las manifestaciones.
- Ejército Libre de Siria (ELS)
No se conocen
muchos datos sobre este ejército de oposición pero, según parece, el ELS está dirigido por el capitán Riad
Al-Assad, quien desertó de las filas del ejército sirio el pasado mes de julio,
y está integrado mayoritariamente por desertores del ejército del régimen
sirio. En septiembre de 2011 el Ejército
Libre de Siria se unificó con el Movimiento
de Oficiales Libres, otro grupo de militares que desertó del ejército de Al-Assad; la intención de ambos
grupos es luchar de manera conjunta contra el régimen sirio hasta derrocarlo.
El fracaso de
la iniciativa de la Liga Árabe ha radicalizado aún más la posición del ELS,
provocando un acercamiento entre la oposición política del CNS y la oposición
militar del ELS que cristalizó en diciembre de 2011 en un acuerdo de
“comunicación y cooperación eficaz”.
Esta divisiónde las fuerzas de oposición es uno de los escollos que está dificultando una
salida al conflicto. Pero, por otra parte, tampoco la intervención
internacional ha impedido un recrudecimiento de la violencia en la región; hasta
ahora el plan y las advertencias del enviado especial y ex secretario de lasNaciones Unidas, Kofi Annan, apenas han dado resultado.
Comentario a propuesta 2 de Francisco
ResponderEliminarBuen trabajo, Francisco. Profusa información, análisis que abarca los contextos y buena redacción. Los errores que marco directamente sobre el texto son los habituales en un borrador. No deberían estar si el texto hubiera sido corregido. Solamente pasarlo por el corrector de Word hubiera detectado muchos de ellos. Algunos errores están, justamente, en las frases donde has colocado los hipervínculos, razón por la cual son aún más visibles. Debes corregir siempre un trabajo antes de entregarlo. Hoy en día esa tarea está, en buena parte, facilitada por el corrector automático.
Lamentablemente, EL TEXTO NO CONFIGURA PARA NADA UNA CRÓNICA, que es la propuesta de trabajo que tenemos como segunda tarea en el curso. No voy a repetir por qué no lo hace ya que el material teórico adjunto es muy claro al respecto. Además de ello, hemos brindado un buen número de ejemplos.
En la redacción digital no utilizamos sangrías. La sangría es un procedimiento de la escritura tradicional para diferenciar gráficamente los párrafos. Eso no es necesario en la escritura digital ya que los párrafos van separados por espacios.
La parte digital del trabajo funciona muy bien. Los hipervínculos dan información complementaria importante para quien no esté iniciado en el tema. El mapa de la zona, además de ser de gran ayuda para ubicar geográficamente el lugar, es muy bonito.
Hasta pronto, Sergio